miércoles, 14 de octubre de 2009

La vuelta al mundo en una lectura


Por Fari Rosario

DESDE los tiempos más remotos, la lectura ha sido el eslabón primordial en la construcción y expansión de las culturas. Es por ello que, a finales del siglo XIX y comienzos del xx, se decía que el peso y la profundidad de una “civilización” estaban en relación proporcional a la conciencia y el dominio de la escritura. La lectura no solo nos introduce en el mundo, sino que nos permite tomar conciencia del devenir y la contingencia del mismo. Leer es un acto de libertad, y, quizás, el acto de libertad por excelencia.

Leer es volver al pozo, retornar al vientre de la transparencia y la alabada plenitud a través del logos. Es decir, a través de la palabra misma. En este sumergimiento silente se da la metamorfosis o la transformación que solo el hombre puede lograr por su capacidad de abstracción. Es allí donde podemos mutar (si no es que saltar o rumiar sean los verbos más adecuados) y descubrimos el esplendor de la alteridad, puesto que leer es siempre un encuentro con y por el otro. Un encuentro, de carácter dócil y ritual, con eso que llamamos imagen. La imagen es la piedra angular del sentido y lo multívoco.

¿Cuál es la naturaleza o el fin de este apartarnos del mundo, de repetir ese acto milenario que han ensayado todas las culturas y, por ende, de entregarnos al disfrute total de ese manantial de símbolos y de sentidos que nos transmite un buen libro? A veces, no obstante, la merecida profundidad del manantial llega a eclipsar nuestros ojos. La lectura es una lámpara mágica que nos permite ver y conocer mundos exóticos, hostiles, abigarrados. El plus cuam perfecto del espíritu humano no está en los cementerios ni en los templos pomposos de las religiones, sino en los libros.

La lectura, indudablemente, es la ventana para palpar y acercarse al dulce y fresco valle del conocimiento; es, por decirlo de otro modo, el “ábrete sésamo” en la vida intelectual de un individuo. Vale decir, en paréntesis, que la imprenta y el libro son la maravillosa conquista y la herencia que nos ha legado el mundo moderno. Pero no debemos olvidar, no obstante, que la modernidad se constituye a partir de una lectura seria de los laberintos más recónditos de la subjetividad del ser humano.

“Uno no es lo es por lo que escribe, sino por lo que ha leído”, decía el inmenso Borges. Y es que, en efecto, la lectura ensancha nuestros sentidos físicos y nuestras capacidades. Nos hace descubrir la perspectiva y la alteridad, pero, sobre todo, nos hace ver, al través de la introspección, la condición y los movimientos de nuestro ser en el mundo.

Friedrich Nietzsche afirmaba que para él era imposible concebir un mundo sin música; a veces, cuando uno está bajo el cálido manto de la lectura, va pensando: es imposible concebir un mundo sin libros, sin palabras y sin símbolos que nos desvelen el otro lado de la realidad. La paradoja de la lectura consiste en que nos sustrae del mundo a la vez que descubrimos su sentido y su misterio.


La lectura nos redime, nos hace libres, y he llegado a pensar que de por sí es la única escuela verdadera. Todos los grandes escritores han sido devotos de la lectura ávida y apasionada: desde Miguel de Cervantes hasta García Márquez. Quien se inicia en los difíciles menesteres –a veces más onerosos que menesterosos–, de la literatura debe ser consciente de la hegemonía y el papel que juega la lectura, no solo para los intelectuales o escritores, sino también para cualquier tipo de persona. Para ilustrar más la afirmación, veamos algunos datos o anécdotas.

Al caer la tarde, el adolescente Alberto Manguel se dirigía a la librería Pygmalion, en Buenos Aires, allí encuentra al viejo Borges –quien en la fase crucial de su ceguera–, le solicita al mozo que le leyese algunas páginas memorables. Pablo Neruda, confiesa que en los días y las tardes más solitarios de su lúgubre Parral, él se abandonaba a la sombra de un árbol a leer, durante muchas horas, a los grandes poetas.


Charleville siempre fue un lugar pequeño ante la inquietud y la ambición de Arthur Rimbaud. Un día descubrió que donde vivía, en el primer piso del edificio, había una biblioteca; así que cuando hacía alguna de sus fechorías, la biblioteca era el lugar para esconderse y entregarse al fascinante mundo de la lectura. Giovanni Papini, confiesa en sus inolvidables memorias que, mientras erraba por las callejuelas de Florencia —ataviadas por los copos de nieve—, con sandalias en los pies y con su capucha de color marrón, se escondía, en algún rincón cálido, con el fin de entregarse a la lectura.

Franz Kafka, cansado de las continuas recriminaciones y de la incomprensión de su padre, se recluía en un sótano: allí, en la soledad del aquel lugar, comenzaba a devorar las obras de Kierkegaard (otro espíritu solitario e indomable). Julio Cortázar, por último, tuvo una infancia enfermiza, así que muchas horas de su convalecencia en cama las pasó leyendo, sobre todo a quien fuera su escritor preferido: Julio Verne. Y esto, claro está, por mencionar tan solo algunos casos.

En suma, la lectura nos divierte, nos pone en el camino de la catarsis y la superación del espíritu ante un mundo acelerado y fragmentado; nos aparta del moho corrosivo que imprime la cotidianidad a su callado paso por nuestras vidas. De igual modo, es el instrumento para comprender el mundo y separarnos de la inercia y los límites de la barbarie.

En este tenor y con estos ímpetus plurales, TRIPLE LLAMA arriba a su cuarta edición. El objetivo de nuestra revista es aportar un granito de arena, para fomentar el abanico de posibilidades lúdicas que nos brinda la lectura, así como corroborar al ensanchamiento de la cultura del espíritu, tanto en Moca como en todo el ámbito nacional. En este número el lector podrá conocer y sintonizar con las nuevas voces de los jóvenes poetas: de ellos pende el futuro literario de este país. ¡Ojala que, con el paso del tiempo, esta publicación se convierta en una verdadera Zona de carga y descarga de conocimientos; aludiendo con esto último, a la revista que fundara Rosario Ferré, y que sirvió para transformar las letras y la literatura puertorriqueña de los años setenta y ochenta!

El hombre sin atributos



                                                                                           A Juan Bosch


Ese hombre que tú ves ahí

-con ojos de pájaro disminuido y con el rostro barnizado

por el sol y la miseria-

ese hombre es tu espejo y el linaje de tus huellas.

Ese hombre que ves ahí, tirado

se arrastra contra la luz, va sembrado miradas oblicuas

va escondiendo su filosa sombra

ante los negros contenedores de basura.

Ese hombre diminuto que tus ojos no alcanzan a palpar

mete su mano, con agilidad y con prominente astucia de roedor,

en los sacos de la vanidad sin fondo.


Hurga así, sin prisa alguna,

mientras las palomas se acercan con su

estertóreo parloteo y su arrullo

que no consuela la eterna sed y el hambre del desdichado.

Las palomas se acercan atraídas por el grano de arroz y de soya que,

milagrosamente se desprenden de la MANO del innombrable.

¡Qué otro nombre merece un HOMBRE sin rostro como él!

El, simplemente, las deja comer, no las espanta,

siente que en la mecánica de sus dedos va desgranando

un triste pensamiento:

“las palomas no ponen en peligro mi mendrugo”.

El sudor del hombre solo se conjuga en prosa…

y en prosa muere.


El hombre de la piel gris sigue hurgando en los negros contenedores

del Destino. Busca, suda y revuelve la basura que inevitablemente se mezcla con su aliento. (Toda la basura evidencia el Desaforado Consumo de la Ciudad) que aún no se redime ante la puerta del polvo.


(El Otro hombre asciende

mientras yo desciendo en el columpio del tiempo)…

el canto vuelve al río

como el eterno mito del círculo y el devenir.

Es entonces cuando desciendo de mi apartamento

Para comprar un poco de tabaco en la bodega.

Al abrir la Puerta veo al hombre gris

que ahora tu ves (sin pudor ni temblor como aconseja el protocolo).

Pero al chocar la oceánica mirada del granuja con la mía,

Retrocedo…

Cruzo el umbral y la calle sigilosamente

para que el hombre no se avergüence de mí.

CRUZO la calle rápidamente, deseando

voltear mi rostro de cien máculas pero

no lo hago para que César Vallejo y Sigmund Freud

no se avergüencen de mí y de ti.


Ese hombre que tú ves ahí, agazapado tras el muro

es la semilla que engulle el tiempo

y la piel sarnosa de la esperanza y el aire.


Fari rosario

martes, 13 de octubre de 2009

La condición humana y el discurso de la interioridad en Una Rosa en el Quinto Infierno, de William Mejía

Introducción

En 1911, el gran músico alemán Richard Strauss sacude el mundo con su notable ópera "El caballero de la Rosa": una obra con gran acento melódico, de carácter simbólico y de cierta complejidad técnica. Con dicha obra, Strauss quizá quería decirnos: el mundo no es una novela. -El mundo real o el diario vivir está socavado por el engaño, la infidelidad, la vejez, la mezquindad y las garras del poder. En suma, podríamos decir que la contingencia o cierto grado de menesterosidad corroen la existencia humana.

"El mundo no es una novela". Dicha frase revela la puesta en marcha de una lógica más humana y el intrincado modo de construir los límites de la verdad o la verosimilitud narrativa ante una realidad escurridiza, fría, plural e inabarcable por la razón. Paradójicamente la frase no fue puesta en la palestra pública por algún historiador o sociólogo especial, sino por algunos literatos o novelistas. Confieso que, curiosamente, encontré este irónico enunciado en dos literatos muy singulares: ambos con excelentes obras producidas que enriquecen el compendio de la literatura hispanoamericana. El primero de ellos, es el argentino Roberto Arlt, con su deslumbrante obra Los siete locos (1929); el segundo es William Mejía, con su maravillosa obra: Una rosa en el quinto infierno (2001). (En ambos novelistas es recurrente la frase: esto es así o asá... "no como sucede en las novelas". Como dije anteriormente, el enunciado, de modo dialéctico y con su fuerte carga sugerente, nos abre el camino hacia una lógica más comprensiva; nos hace tomar en cuenta la gravedad de la realidad contingente o macabra que permea la frágil condición humana, y que sólo es abordable a partir de la armonía y la interioridad del sujeto-en-circunstancias).


En ese tenor, queremos desplegar las pautas conceptuales ya mencionadas, con el fin de dialogar un rato y acercarnos, de un modo crítico, a la celebrada obra de William Mejía: Una rosa en el quinto infierno. Este acercamiento, bajo ninguna circunstancias pretende ser exhaustivo, pero sí riguroso, por lo cual creo pertinente resaltar tres aspectos en torno a dicha obra:


-Primer aspecto: La estructura de la novela.
-Segundo aspecto: El imaginario colectivo y la mitología dominicana
-Tercer aspecto: Los derroteros del poder y la tiranía: una compara-
ción narrativa.

Primero aspecto: la estructura de la novela

Todos ustedes conocen la trama de esta novela: si no la han leído, al menos la conocen por referencia de los exponentes que han pasado por aquí. El argumento de esta interesante novela se podría resumir en párrafo:
Rosa Hernández es una joven de clase humilde. En la escuela, el primer día de clases, conoce a Daniel, del cual se enamora. La relación amorosa no progresa, se ve interrumpida por la beligerante intriga y el chantaje por parte de su madre, quien quiere casarla con hombre de "apellido", con cultura y de fortunas. La presunción y la ambición de la madre hacen que Rosa elija el peor camino: casó con Ramón Gravelli, un extranjero de origen italiano. La insatisfacción latente en el corazón de la bella Rosa la hace caer en la infidelidad con Ángel Gravelli, el sobrino de su esposo. Pero "Ángel" es un mujeriego, un hombre mezquino que la llevará a corromperse y a prostituirse. En un cabaret de la capital comienza su más fuerte pesadilla: conoce allí a un corrupto militar, el coronel Pérez -alias Azote- que la posee, la maltrata y termina mudándola al Sisal de Azua. Allí, por azar del destino, se encuentra con su viejo y frustrado amor: Daniel, quien está prisionero en la cárcel.
Respecto a la estructura intrínseca de la novela, debemos decir que la historia no está contada en capítulos, propiamente hablando, sino en fragmentos. Dicha historia está contenida y condensada en el diario de Rosa Hernández. El dominio y los recursos técnicos del autor hacen que varios puntos de vista converjan en la historia, pero siempre se destaca el punto de vista de Rosa. Siendo la narradora una mujer, es notable y digno de resaltar, el dominio de la psicología femenina por parte del autor: William Mejía.


La novela según la modalidad del "epistolario" así como al uso de apuntes y viñetas corresponde a un tipo de novela muy estudiado y explotado en el siglo XX: dicho modelo ha sido denominado por los estudiosos con el nombre de "novela de la autoafirmación" o novela de búsqueda personal. Una rosa en el quinto infierno se desarrolla diversos planos espacio-temporales, mostrando planos yuxtapuestos y una sostenida focalidad ascendente. En esta obra se percibe un buen ritmo narrativo -no hay desmayos ni lapsus-, un lenguaje y una prosa poéticas, densa, así como el uso de elementos con bastante plasticidad y equilibrio emocional.


La obra, en definitiva, muestra un buen manejo del tiempo narrativo, construido a través de la difícil técnica del "remolino" y el "espiral". Esta peculiar técnica permite que el narrador vaya desarrollando, en términos de avance o retroceso, el foco tramático de la historia. Casi siempre, el autor se auxilia de una fórmula verbal que sintetiza los movimientos del personaje, o la tesis central que se desea comunicar. Vale decir que el empleo de dicha fórmula verbal en la novela, le da carácter simbólico, levedad, multivocidad, al mismo tiempo que inyecta dinamismo al horizonte narratológico, puesto que dicha fórmula se despliega en su anverso y su reverso. Para ilustrar lo dicho, basta leer el tercer momento (o capitulo tercero) el cual termina re-tomando la fórmula verbal con el cual comienza:

"¡Uno, dos tres, cuatro!" "¡Uno, dos tres, cuatro!" Y lo mismos números, envueltos en un barullo general: "¡Uno, dos, tres, cuatro!" "¡Uno, dos, tres, cuatro! (...) (Pág. 33)

Y el capítulo culmina con las siguientes exclamaciones:
Están ahí: "¡Uno, dos, un, dos!" El sudor brota en las espaldas inundadas. "¡Uno, dos; un dos!... ¡Pelotón...! ¡Alto!" Las piernas desmayadas hacen trabajosamente firme; el "¡Rompan filas, y que viva el jefe!", y los hombres desparramados, como las partículas que espantó el sol. (Pág. 43).


Maria de los Ángeles Fontela, en su tesis doctoral, titulada: "La novela de la autoafirmación", habla de varios tipos de novelas. Entre los tipos de novela mencionados, destaca la "novela lírica". Una rosa en el quinto infierno es una novela lírica. No solo por el buen ritmo, el lenguaje depurado y su indiscutible acento poéticos, sino también por el dominio de los derroteros psicológicos y el fluir más denso de la interioridad. Al respecto, el personaje Daniel (que por cierto es único personaje que emplea y maneja los diálogos) nos dice:

Después de tomar café y de oír otras de las historias de los Cofrades, seguimos caminando. El profesor [Pedro López] no despreciaba nada y me enseñaba cada interioridad. (Pág. 37)

Se ha dicho que el mérito de un novelista en el manejo de los personajes y la estructura orgánica de la historia que cuenta. En esta novela, W. Mejía muestra un extraordinario manejo de los personajes. Cada personaje está singularizado, dotado de un lenguaje y un cuadro emocional coherentes, además del fluir armonioso de la interioridad que se manifiesta a medida que se desarrolla la trama.


Por otro lado, es bien sabido que en el despliegue del intrincado discurso de los personajes, -que bien podrían encarnar múltiples sentimientos, tales como: rebelión, tristeza, fobia, perversión, infidelidad o locura. Si esto bien es cierto, también lo es el hecho de que el autor se desdobla en algunos de sus personajes ficticios, con el fin de comunicar su crítica a la sociedad en la que vive. Así pues, en la marginación, el maltrato y la perversión de Rosa Hernández por parte del coronel Pérez (alia "Azote") el autor está condenando y denunciando la corrupción y la mezquindad de los militares.


-Pero por que esto es así?
A mi modo de ver, esto obedece a dos razones fundamentales:
1. El escritor no es un observador teledirigido o un paciente; más bien es agente proactivo, un artista, un revolucionario que busca transformar la realidad y el mundo. En ese sentido, podemos decir que todo escritor o novelista es, en realidad, un revolucionario y la vez un humanista. (El novelista es un visionario o explorador del universo ).


2. En segundo lugar, a través del dinamismo intrínseco de los personajes, el escritor comunica su ideología y su particular visión del mundo. Al respecto Mikhail Bajtín, afirma en su estudio Teoría y estética de la novela
(pág. 150):

El hablante en la novela siempre es, en una u otra medida, un ideólogo, y sus palabras son ideologemas. Un lenguaje especial en la novela es siempre un punto de vista especial acerca del mundo, un punto de vista que pretende una significación social. Precisamente como ideologema, la palabra se convierte en la novela, en objeto de representación; por eso la novela no corre peligros de convertirse, sin el objeto, en juego verbal. Es más, gracias a la representación dialogizada de la palabra plena desde el punto de vista ideológico (en la mayoría de los casos, actual y eficaz), la novela facilita el esteticismo y el juego verbal puramente formal que cualquier otro género literario.

Esta preocupación por el ser y la existencia humanas, ese punto de vista especial o ese grito humano que se niega a callarse o extinguirse es William Mejía que, como autor y través de diversos personajes, hace una crítica mordaz contra los mecanismos macabros e inhumanos empleados en las cárceles, en especial en la Cuarenta y el "quinto infierno", como se le llamaba a la cárcel del sisal en Azua. En la página 63 nos cuenta:

Sin más ni más, me empujó prácticamente hacia un cuarto en donde tenían a un prisionero, el cual lucia en total abstracción. "Hay orden de apagarlo -dijo el colega-, pero ni yo me atrevo." "Por qué", le inquirí. "Es poeta -me dijo-, y escribió un libro de ese asunto sin dedicarlo al jefe, y al preguntarle, dijo que no se acordó de ello para hacerlo." Al terminar la explicación, el tiro estaba dado, y el hombre se aferraba de mi pistola, moribundo. Los poetas son peligrosos para cualquier gobierno, pues hablan en clave y dicen hacerlo por todos.

Segundo aspecto: El imaginario colectivo y la mitología dominicana

La novela de William Mejía es, en strictus sensus, un texto abierto, polisémico. El ínter-texto se construye a través del devenir biográfico de Rosa Hernández, y su vinculación directa con las peripecias del mundo que la rodea. Este mismo horizonte intertextual abre paso a la "architextualidad", (o las múltiples lecturas del texto) donde cobra un valor especial el mito y los valores de un individuo. Así, por ejemplo, en las páginas 19 y 20 aparecen reseñado el "mito de la marimanta" o la-mujer-de-las-palomas, entre otros. Uno de los hallazgos y de los meritos más notables de la novela en cuestión, es el modo de plasmar, de una manera sorprendente, el fetichismo, la mentalidad y el universo de creencias del hombre dominicano. Y efectivamente, la tenacidad de un escritor y la trascendencia de su obra está en la concreción orgánica; es decir, en el modo que encarna el alma, la idiosincrasia y la mitología de un pueblo. En Una rosa en el quinto infierno, William Mejía supo atrapar y sintonizar el ser espiritual y el imaginario más profundo de los dominicanos. Señalemos, por poner un ejemplo, el fenómeno de la brujería y los amuletos personales. En la página 27 podemos leer:


Después de la tradicional gallina degollada y de la observación de la sangre y de mis ojos, el individuo me entregó un amuleto y me dijo: "Con este objeto usted estará resguardado, si no se le ocurre nunca apeárselo de encima... Con éste sobre el cuerpo, sólo Dios y yo podremos matarlo alguna vez." Por si las moscas, como decía mi abuelo Eliseo, al terminar el rito le metí la bayoneta hasta donde le cupo más, para que solo Dios se las viera conmigo a partir de ese momento.

Ninguna fabulación, por incisiva o maravillosa que sea, escapa al mito de la cotidianidad, Es allí, donde tienen origen y zarpan hacia mejor puerto todas las grandes empresas del espíritu humano. Este connotado periplo cotidiano no solo encarna los avatares de carácter histórico o social, sino también las manifestaciones del miedo, fobias, y todas clases de frustraciones.


Así el discurso narrativo de Una rosa en el quinto infierno, sin extravíos y remilgos literarios, vincula a un personaje ficticio con una escena histórica y dolorosa: me refiero a la matanza de los haitianos de 1937. Así, pues, el discurso de la susodicha novela entra en contacto con el registro de la architextualidad imaginaria que configura y posiciona toda la obra. Uno de los personajes, dice en cierto momento, (pág. 28):

Pero no crea que mi primera responsabilidad de sangre fue con este familiar manchado. No, señor. Donde me bauticé realmente en cuestiones de muerte fue cuando el generalísimo Fefén ordenó sacar del país, como fuera, a esos vecinos que por los lados de la frontera eran ya casi más que los de este lado. A mí me tocó aplicar la regla en Palma Dulce. Fue allí donde mi bayoneta conoció por primera vez la carne humana, y yo, también.

Desde aquello fuimos amigos Casilla y yo; pues los dos compartimos la original competencia de enganchar gente en las bayonetas, con tanto tino, que uno se encojonó y me encajó su machete en el muslo derecho, de lo que derivó la cojera permanente.

La realidad plural, orgánica, en la que se mueven los personajes (como queriendo proferir su historia en la historia creada y contada por W. Mejía) expresa cierto contrapunto de fantasías, y el ciclo reversible de la mitología caribeña que cala sobre la espalda de la idiosincrasia latinoamericana.


El novelista, con ínfulas de buen escritor y observador, no es ajeno a esta realidad: más aún, la formula estéticamente y decide testimoniarla como un elemento fecundo, simbólico y con resonancias telúricas. En su primera novela William Mejía logró engarzar los derroteros de esa realidad típica y genuina. A la postre, estamos ante una realidad difícil de asir, y dicho sea de paso, difícil de apreciar en la narrativa banal y Light de nuestro tiempo. En la página 36 podemos leer:

Nos refirió luego que la oralidad da noticias de que allá por sus años primigenios la diosa indígena Atabex se perdió entre las aguas de una fuente, mientras peinaba su cabellera de inmensa noche. Mucho más tarde, al llegar los españoles, un joven curandero, que huía de sus perseguidores se tiró a esa fuente, y los soldados se quedaron esperando inútilmente que asomara la cabeza. Se cuenta que cuando trajeron a los esclavos africanos, el primer castigo aplicado fue ahogar en la fuente señalada a un negro bantú que se resistía a ir a las minas, y lo sepultaron en agua con su tambor como yugo, para escarmiento de los otros. Desde entonces, aseguran los montoneros que aparece de vez en vez, en varias fuentes naturales, una indígena peinándose o un aborigen haciendo sus ritos mientras camina por las aguas. Afirman además haber visto en la ribera de cualquier manantial a un negro muy negro que toca con su tambor atravesado sobre la nuca, y el canta, al compás de la desaparecida calenda. Nadie sabe cual es, pero uno de ellos, o los tres, es hoy el Dios del Agua para sus creyentes.

Tercero aspecto: Los derroteros de la tiranía y el poder: una comparación narrativa

La verdad es que hemos entrado, sin reticencia alguna, al provocativo Circo de la Tecnología! Somos monos transitando las calles de la "aldea global" en el trueque continuo de nuestras monerías tecnológicas... Marshal Mc-Lughan y Charles Babbage, allá en el cielo, deben de estar riéndose de nuestras modernas monerías. Traigo esto a colación, porque Cervantes o Stendhal, ¡jamás pensaron en la posibilidad de interactuar con los lectores de sus obras a través de un espacio virtual!


He aquí, la evidente muestra de cómo la utopía tecnológica del hombre ha avanzado por insospechados senderos. Estamos ante el debate digital sobre la novelística y la exitosa trayectoria del colega escritor William Mejía.


Cuando leí Una rosa en el quinto infierno, de W. Mejía, supe que estaba ante un escritor de largo aliento, de gran potencial creativo y sobretodo, conocedor de la técnica depurada y el estado dialógico en que se mueven los personajes de una novela. De modo que me gustó esa obra, y en tal, la valoro por su lenguaje fluido, por su peculiar acento poético y por el periplo vital, -que implica el conocimiento psicológico de Rosa y los personajes-, así como por el enfoque del Poder y los desafueros o extravíos de la pasión humana. No sé si por azar o por alguna asociación inexplicable de enmarañada conciencia humana, al finalizar la lectura de esa obra me vino a la mente El Mocho, la novela del chileno José Donoso, considerado una de las figuras claves del boom latinoamericano.


A mi entender, no hay influencias directas, pero no cabe duda de que existen elementos comunes en estas dos novelas. El elemento más común o primordial es el enfoque de los mezquinos derroteros del poder, el autoritarismo (tanto de los personajes: coronel Pérez [Mejía], como de Antonio [Donoso]); la prostitución (Rosa [en Mejía], la Bambina [en Donoso]). Otro elemento común, es el abuso y la violencia por parte Ángel contra Rosa [en Mejía], y de Antonio contra su hijo Toño [en Donoso]. Casualmente este último elemento, tan común en la idiosincrasia latinoamericana, aparece también en la novela más reciente de W. Mejía: Estrella. Para percatarse de esto basta leer el párrafo número cinco de la susodicha novela, en la página ocho.
¡Salve, colega William en tus 30 años haciendo quijotadas para la literatura dominicana: este pueblo, que a veces solo piensa con la barriga, tarde o temprano te lo va a agradecer!

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P. S. Conferencia leída el 10 de marzo de 2008
Durante el Encuentro Crítico sobre la literatura de William Mejía,
San José de Ocoa, R. D.-
http://widameca.obolog.com/condicion-humana-discurso-interioridad-rosa-quinto-165820

sábado, 10 de octubre de 2009

EL PINTOR Y LOS PÁJAROS


José Hermitanho Lugo Bulted
Eternamente Van Gogh
Cuento cuarenta y ocho
EL PINTOR Y LOS PÁJAROS

El hombre caminaba en torno al gran puerto. Caminaba con el cosquilleo, (y uno que otros pájaros desconocidos) tras su oreja. Su única oreja, es justo decirlo, puesto que la otra se la había cortado por el rechazo y el desamor de una extraviada mujer. Se la había arrancado de raíz; con la singular justificación de que por esa oreja fue por donde escuchó, por vez primera, la voz de la mujer. Pero mojemos el pincel, y volvamos al puerto. (Los pájaros aleteaban y graznaban estridentemente en el tímpano de su única oreja. Nuestro pintor hubiera dicho que tal situación era insoportable, pero eso solo puede decirse con un pincel, no con una pluma estilográfica). Nuestro hombre, el pintor, se detuvo y contempló el vaivén de las olas por abrazar los arrecifes. Contempló, durante buen rato, las leves piruetas de un Alcatraz que, en su certero DESCENSO, se zambullía en el agua tratando de pescar un pez.
De repente, el pintor descendió la rampa, se metió al agua, hasta las rodillas, con el objetivo de ver mejor el espectáculo del pájaro marino. Allí se quedó buen rato, observando que el Alcatraz no subía a la superficie desde su último descenso.
Al no subir a la superficie, el pintor pensó que el pez quizá era más grande y astuto, y que para su sorpresa, el cazado fue el alcatraz.
El pintor ascendió la rampa y siguió caminando en torno al puerto. (El Alcatraz había mermado el paloteo de los pájaros en su pobre oído). Se fue a casa con el deseo y la idea de pintar el zambullimiento del pájaro en el mar. El pintor tiene unos veinte y dos años tratando de pintar esa impresión. A veces siente temor y tristeza al pensar que, a lo mejor, lo sorprenderá la muerte sin haber podido pintar el DESCENSO del Alcatraz en el agua.  
farirosario9@hotmail.com

EL BUITRE

Cuento treinta y cuatro
EL BUITRE 

Descendió del árbol en un vuelo ligero hacia la planicie de la tierra, tras aquel bulto inmóvil sobre los matorrales, que era la primicia del atardecer.
Descendió… porque los buitres también esperan a sus muertos.

EL RITO DE LA CORDURA

Cuento veintinueve
EL RITO DE LA CORDURA 
En Lunda, un pueblo del centro de África, se lleva a cabo un rito a mitad de cada año. El desarrollo del rito no sólo implica una dimensión  trágica, sino que también es un acto muy peculiar: pues se entra con ropa, y se sale desnudo. Los hombres y las mujeres, en pelotas, se van a la montaña, y no vuelven a vestirse hasta el día de su muerte.

RECONQUISTA

Cuento veintiocho
RECONQUISTA
Si quieres vencer a los israelitas, únete a los sabeos y caldeos; si quieres vencer a los cristianos, únete a los cristianos.

INFALIBILIDAD


Cuento veinticinco
INFALIBILIDAD 
Si mis cuentos ultracortos son malos, la culpa no es mía; la culpa es de Voltaire y toda la Legión francesa; la culpa es de Francis Drake y toda la Legión inglesa; la culpa es del almirante Cristóbal Colón y la Legión italiana; la culpa es del empecinado Hernán Cortés y la rampante Legión española; la culpa también es, en definitiva, de Enriquillo y de Fray Antón Montesinos y la maldita Legión del silencio.

CRÓNICAS Y TRADICIONES

Cuento veinticuatro
CRÓNICAS Y TRADICIONES 
Según una vieja crónica que leí –que, dicho sea de paso, no recuerdo el autor–, “la fatalidad nos hace invisibles”, pero también la deuda.

EL ESPEJO


Cuento quince
EL ESPEJO 
El espejo era su obsesión. La muchacha siempre bailaba y cantaba frente a él, pero aquel día no bailó ni cantó y el espejo se rompió.


ORÁCULO

Del libro El jabalí y otros microcuentos 

Cuento dos
ORÁCULO 
Mi madre me dijo que mi supuesto padre es un militar de los que lucharon en la guerra civil. Dijo también que de vivir aún mi padre es posible que resida en la frontera. Sí, es cierto lo que dicen todos: he recorrido todos los pueblos buscando a mi padre, pero hoy haré el último viaje.
© Fari Rosario

CORRECAMINO

Una posibilidad. Una entre un millón de posibilidades en el tiempo y el espacio con olor a nardos y a eucaliptos. Y esa posibilidad se adhirió a mi camisa húmeda de sudor. LA ALEGRÍA virgen del universo nos hizo coincidir aquella tarde de carnaval. Yo estaba disfrazado de diablo cojuelo; al verme saliste corriendo, tal parece que te aterrorizaban los diablos, por lo que me quité la careta y salí a tu encuentro… 
Ella y yo. Ella y yo recorrimos la calle, dejamos borrosas huellas sobre el asfalto. Y allí estabas tú. La posibilidad me sonrió en tu rostro de niña.
Y así, en silencio, y sin el intervalo irreverente de los relojes, comenzó el rito y la felicidad que duró tan solo veinticuatro horas. Caminamos calle arriba, calle abajo embriagados, rozándonos las manos… y de nuevo calle arriba buscando un rincón, y desde entonces recorro todas las calles del pueblo con mi careta en la mano. 
© Fari Rosario