martes, 3 de enero de 2012

La fuerza del fetichismo y la fatalidad en el discurso narrativo de Camilo José Cela


Disfrute a continuación del resumen realizado por el propio autor de la Conferencia
"La fuerza del fetichismo y la fatalidad en el discurso narrativo de Camilo José Cela" que fue dictada por Fari Rosario: poeta, narrador, ensayista y profesor universitario, el pasado sábado 5 de marzo, 2011:

La fuerza del fetichismo y la fatalidad
en el discurso narrativo de Camilo José Cela

Por Fari Rosario

En esta investigación me propongo analizar y delimitar las manifestaciones telúricas y
las fuerzas fatalistas que  circunscriben y sirven de andamio al discurso
de Cela. El objetivo fundamental es analizar y profundizar en las expresiones del fetichismo y la fatalidad que introduce CELA en su novelística como elemento sustancial y simbólico, por
ejemplo, elementos tan importantes como  la expresión de la quiromancia
y la tauromaquia.
Camilo José CELA

Nota: lo que sigue a continuación tan solo es un resumen del tema y el corpus del trabajo. El análisis tiene como punto de partida enfocar y abordar cuatro de las novelas de este notable escritor español:

La familia de Pascual Duarte (1942)
Cristo versus Arizona (1988)
Mazurca para dos muertos (1983) 
El asesinato del perdedor (1994).

Por lo pronto conviene comenzar delimitando los conceptos básicos. El fetichismo, tal como lo entendemos hoy en día –con toda la luz que han arrojado la Antropología y las ciencias humanas sobre el tema– se manifiesta, o mejor aún, su medio de manifestación hegemónica es la tergiversación de la imagen, es decir, el poder  mágico o sobrenatural que tienen ciertos objetos para un individuo. El fin último de un fetichista es la excitación y encarar su turbio estado de conciencia.

En este sentido, el  fetichismo es el motor para medir la reacción y el miedo de los hombres, o su actitud real frente mundo y su caótico estado de cosas. En suma, el fetichismo es el espejo según el cual un pueblo siente y enfrenta la inexorable realidad que lo circunda.

La fatalidad se  define como el insoportable peso (inevitable por lo demás) de la desgracia o la maldición, o sea, el hecho mismo de no poder escapar a la fuerza del destino. La fatalidad, como ya dijimos en páginas anteriores, no se manifiesta solo de un modo unívoco, sino también multívoco. En esto radica su diferencia más notable con relación al fetichismo. Vale decir, entre paréntesis, que la fatalidad (del talín fathum, y del griego ananké) es uno de los temas más antiguos, según los testimonios que hemos heredado de la inmortal literatura de Grecia y de Roma.

La fatalidad en el discurso narrativo de Cela se manifiesta de tres modos diversos. Estos modos o dimensiones son:

1.     La desgracia o maldición del destino.
2.     La maldición de carácter telúrico: los poderes tórridos y terribles de la tierra.
3.     La desgracia personal: el peso de las frustraciones y la culpabilidad ante la
sociedad.

Si nos detenemos en el  primer modo o aspecto, la desgracia o maldición del destino, constataremos que esta manifestación típica de su discurso narrativo no es un mero fenómeno, ni mucho menos un melodrama para hacer la narración más interesante. La desgracia es un modo de ser y de vivir, y por ende, constitutivo e inexorable. O sea, la desgracia hace que el individuo tenga una conciencia grave y una oscura visión del mundo.

Sin embargo, tal parece que la maldición está predestinada. Esto justifica que CELA, en las primeras diez líneas de su primera novela publicada La familia de Pascual Duarte (1942), nos conecte a uno de los emblemas que marcará toda su producción novelística.

La desgracia del destino es tremenda, terrible e inexorable; esta conciencia sinuosa y desgarrante es lo que envuelve la personalidad y el talante existencial del personaje llamado Pascual Duarte, y lo que lo lleva a confesar:

Yo, señor, no soy malo, aunque no faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte[1].

La desgracia o la fatalidad –cual si fuese una madre tremenda o el gesto furioso de Saturno– tiende a estampar a sus hijos para diferenciarlos del vasto redil de los hombres. Esta singular impronta de la fatalidad llega a condensar los más antiguos resquicios del mithos de Eros y de Thanatos, o sea, del posible entronque del amor con la muerte. Y más aun, podríamos decir que tiende a rayar en la macabra y grotesca realidad rabelesiana y exalta, de un modo sutil y mordaz,  ciertas dimensiones del realismo mágico.

 Estas dimensiones ponen de manifiesto, con acentuada espontaneidad, las alegorías más crueles del Corral O.K. Allí es donde se circunscribe toda la acción de la narración Cristo versus Arizona. Esta realidad macabra es la médula de la obra. En dicha obra Cela muestra gran espontaneidad y un sobrio dominio del lenguaje, así como una deslumbrante técnica del monólogo interior.

Así pues, el sello de la fatalidad se manifiesta en el personaje-narrador como algo cruel e inevitable que permea continuamente su conciencia, esta crueldad en expansión se convierte en una rémora que no le permite definir su identidad, esto lo hace proscrito y también lo hace desconfiar del mundo, pues sabe que es la víctima de una ineludible violencia metafísica:

[Wendell Liverpool Espana afirma] el hierro que tengo en el culo es una flor, todavía se ve muy clara, mi madre me siguió hablando, a tu padre, antes de mandaros a los hijos al hospicio le gustaba marcaros, no sé para qué si después les perdía, esperaba a que tuvieseis cinco o seis años para que os enteraseis bien y lo recordaseis toda la vida, tu padre me hizo once hijos pero a ti es al único que encontré, lo primero que hago cuando me acuesto con algún joven es mirarle el culo. […] me preocupé mucho cuando mi madre me dijo, Wend la flor del culo se te está pudriendo, la tienes llena de pus, a lo mejor hay que darle otra vez fuego para que no se borre[2].

El peso de la desgracia o la fatalidad es variopinto y de un cromatismo diverso. Esto es lo que notamos cuando se observa el perfil y el desfile de la galería de fantasmas y de difuntos que atraviesan la novela Cristo versus Arizona. No obstante, el chivo expiatorio o, el más desgraciado de la historia, parece ser Zuro Millor, el cholo de la mierda, que mató a Cecil Lambert Espana. Ojo con la premisa: la realidad metafísica del cholo, sí el cholo es un ser fatal y maldito desde el momento mismo de su nacimiento.
La fatalidad, por otro lado, se pone de manifiesto también a través de la maldición de carácter telúrico y a partir de la aparición de la desgracia personal, donde juegan un rol decisivo el peso de las frustraciones y la culpabilidad moral.
De lo dicho hasta aquí, podemos  apuntar algunas conclusiones:

1.    Estamos ante un discurso narrativo que se alimenta de los mitos mediterráneos y de la tradición clásica.
2.    El devenir o las peripecias narrativas se desarrollan entre dos polos:  el fetichismo y la fatalidad.
3.    La fatalidad se manifiesta de un modo multívoco y total.
4.    La fatalidad supone no solo un azaroso estado de conciencia, sino una conciencia terrible y maniqueísta     del mundo.
5.    El hombre está condenado al sufrimiento y a la soledad.
6.    Los personajes buscan afanosamente su identidad en un mundo absurdo y macabro, cuyo fundamento último es la maldición de Caín.
7.    Una literatura para ser original y auténtica tendrá que describir la peregrinación hacia la Cruz del Sur. ¡Pues el Sur no solo existe, también embiste como un toro!
8.    Las tradiciones antiguas, los desafueros de la pasión, la quiromancia y la tauromaquia son los riachuelos de los que se alimenta el discurso narrativo de Camilo José Cela.

[1] CELA, Camilo José: La familia de Pascual Duarte, Barcelona, Destinolibro, 2007, p. 25.
[2] Cfr. Ibid, pp. 8-72.______________________________

Hoja de vida de FARI ROSARIO
Nace el 10 de mayo de 1981, en Moca, Provincia Espaillat, República Dominicana. Tiene una Licenciatura en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Actualmente ocupa la Cátedra de Introducción a la Estética, en el Recinto Santo Tomás de Aquino de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Es Miembro del Ateneo Insular y del Movimiento Interiorista.
Ha publicado: El jabalí y otros microcuentos (2007); El coleccionista (2008); Polvo y olvido (2009) y El discurso de la interioridad y la condición humana en Una rosa en el quinto infierno (breve ensayo, 2009) y El columpio de los sonámbulos (2010).

MUESTRA DE LA OBRA DE FARI ROSARIO
CUATRO MINICUENTOS Y UN POEMA

INFALIBILIDAD
Si mis cuentos ultracortos son malos, la culpa no es mía; la culpa es de Voltaire y toda la legión francesa; la culpa es de Francis Drake y toda la legión italiana; la culpa es del almirante Cristóbal Colon y la legión italiana; la culpa es del empecinado Hernán Cortes y la rampante legión española; la culpa también es, en definitiva, de Enriquillo y de Fray Antón Montesinos y la maldita legión del silencio.

AMNESIA
He decidido escribir mis obras completas de un tirón. El volumen podría ser grande o pequeño, todo depende del coqueteo de las musas. El volumen terminara con la palabra “olvido”. No para complacer a Borges, sino porque así me lo dicta mi santa y geométrica voluntad. Así, pues, cuando termine el volumen me olvidaré de mi obra y de todo lo escrito.

EL BUITRE
Descendió del árbol en un viaje ligero hacia la planicie de la tierra, tras aquel bulto inmóvil sobre los matorrales, que era la primicia del atardecer. Descendió... porque los buitres también esperan a sus muertos.

NOCTÁMBULO
El hombre-bastón había olvidado su sombrero sobre la vieja mesa de la biblioteca.
Al regresar, tomó su sombrero, luego miró con parsimonia hacia la ventana, la calle y los libros. Tiempo después, se puso unos guantes de terciopelo y, caminando como una momia, se dirigió a la señorita de la recepción.
-Disculpe, ¿a qué hora sale el tren?
-Señor, en esta ciudad no hay tren...

La palabra estremecida
A la mujer, siempre a ti
Para ti no tendría tres palabras
sino la Palabra, alquimia de la piel…
Y toda palabra inolvidable comienza
con el movimiento de un río.
De un río silente y soterrado
que se ramifica en tus labios,
en las dulces cascadas de tus pechos.
Para ti sería mi única palabra
el zigzag de los helechos, los movimientos lunares,
el crujir de los trigales al despuntar el alba.
Para ti serían, en resumen,
todas mis razones de redención
a flor de piel.
Para ti que eres mi musa, mi música,
mi tabernáculo donde se inmolan los hijos del deseo.
Y un antiguo murmullo se dilata, se fermenta con la noche
Éxtasis de dos, abandono, silencio,
paraíso recuperado en las llanuras de tu vientre.
La palabra galopa en el huerto de tus ojos
en el húmedo costado, allí donde nace el himno
que estremece la carne
y que en silencio nos redime.


Publicado originalmente por Ofelia Berrido en 2/27/2011 09:10:00 PM 

Dialogo con Fari Rosario



Narrador y ensayista, autor de “El Jabalí” y otros microcuentos:
“El coleccionista”, “Polvo y olvido” y “El columpio de los sonámbulos”


“Una buena minificción debe permitir varias interpretaciones”

Escrito por: Luis Martin Gómez (yolayelou@gmail.com)

Fari Rosario hizo lo que yo había prometido hacer y no cumplí, una antología de la minificción dominicana, que él ha bautizado con el sugestivo nombre de “El columpio de los sonámbulos”.

FR Se me ocurrió el título viendo a unos niños columpiarse en un parque y lo asocié a lo que considero es una tendencia de la literatura dominicana, el sube y baja (en su producción, en su calidad). Los sonámbulos vendrían a ser los lectores mientras leen una obra.

Fari dedicó su antología a Luis Díaz Ulloa, su abuelo materno que le contaba historias (comprensible) y al filósofo Heráclito (¡sorpresa!).

LMG Explícame...

FR Estudié Filosofía y siempre me gustaron los filósofos presocráticos, especialmente Parménides y Heráclito,  quien dijo que “en el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos”.

Siendo Fari licenciado en Filosofía, habiendo publicado un libro de minificciones y teniendo otros tres a tiro de imprenta, y luego de haber devorado las teorías de estudiosos y creadores del género; se puede afirmar, sin el riesgo de concesiones por amistad o simpatía, que se ha ganado por méritos acumulados el derecho a antologar los “textos chiquitos” dominicanos.

Por supuesto, este reconocimiento no lo librará de mal de ojo e intimaciones mediante acto de alguacil de los que quedaron fuera del ramillete y no entienden que una antología es un acto de selección, de escogimiento, excluyente por definición y muchas veces por necesidad, porque si no, la obra terminaría siendo un librón inmanejable que habría que editar con ayuda de publicidad comercial, como la guía telefónica.

(Ahora bien, para ser justos con esos asesinos en potencia en que pueden convertirse los ‘afuereados’, debo decir que también hay antologías que se hacen precisamente para dejar fuera a algunos autores, por desquite, envidia, chisme de patio, malquerencia, lucha tribal, insania, Alzheimer conveniente y otras causas que darían para elaborar una antología de la mezquindad).

Sin embargo, doy fe y testimonio (manos sobre la Biblia o sobre “Los versos del capitán”, según se crea o se ame) de que este muchacho buena gente de Moca, rostro quiquiriquí, que suele engolar la voz para que pensemos que es más viejo de lo joven que realmente es, no es -por ahora y protéjalo Dios- persona capaz de tal trapacería.

De todas maneras, le he recomendado, por si las moscas, un resguardo de Babalú Ayé traído desde La Habana que lo cuide de la viruela, la lepra, las enfermedades venéreas y otras sarananas que le echarán atrás, o se consiga una imagen de la Virgen, preferiblemente la de Guadalupe (tengo pruebas), que es una especie de todo incluido espiritual, porque la Virgen es la Virgen.

LMG Creo que sólo te salvarás de la hoguera si explicas bien tu criterio para seleccionar esos 128 textos de esos 38 autores

FR Partí de una reflexión teorética sobre la evolución de la minificción en nuestro país. Lo primero que hice fue leer toda la minificcion dominicana publicada, y seleccioné las obras según el criterio utilizado internacionalmente para estos fines: que el texto no pase de 400 palabras, aunque estoy consciente que lo del número de palabras es relativo y no debe poner una camisa de fuerza al género.

Fari explica que el otro criterio que utilizó fue que los textos seleccionados cumplieran con siete características que según los teóricos del género debe tener una minificción, y que él cita en la introducción de su antología: “Brevedad, referentes culturales, complicidad con el lector, dominio de los recursos lúdicos, movimiento, virtualidad y tendencia a lo multívoco”.

FR He ido forjando mi propia opinión sobre el género y pienso que el verdadero protagonista de la mini ficción es el lector, porque es quien, una vez metido en el texto, completa la historia. También pienso que una buena minificción  debe permitir varias interpretaciones; la minificción con un solo final es definitivamente mala.

Además de tener una idea propia de lo que es este género, la lectura de tanta minificción local le ha permitido a Fari Rosario ver tendencias técnicas y temáticas. “Nuestra minificción tiende a la crítica social, aborda la metafísica, y establece diálogos con la tradición en base a otros textos conocidos. Técnicamente, utiliza mucho los recursos cinematográficos, la parodia, los juegos de palabras y la mezcla de planos”.

Si se fijan, en las últimas frases Fari empezó a hablar de nosotros, es decir, de los otros y de él, porque como antólogo no pudo resistir la tentación de auto antologarse,  cosa que ya ha sucedido con otros compiladores dominicanos.

Por eso, Fari, es un mal endémico, o en todo caso, un pecado venial, como romper la dieta a mitad de semana, o incumplir la promesa de hacer una antología de la minificción dominicana, deuda que tú has saldado en nombre de (casi) todos los minificcionalistas, con valentía y buen tino.

La frase

Manuel Rueda

Insomnio. Cuando al tirano lo aquejaba el insomnio, en vez de ovejas contaba a sus víctimas. Una, dos, tres, cien, mil... Y antes de agotar la cuenta, se sumía en un sueño inocente, reparador”.