miércoles, 14 de octubre de 2009

El hombre sin atributos



                                                                                           A Juan Bosch


Ese hombre que tú ves ahí

-con ojos de pájaro disminuido y con el rostro barnizado

por el sol y la miseria-

ese hombre es tu espejo y el linaje de tus huellas.

Ese hombre que ves ahí, tirado

se arrastra contra la luz, va sembrado miradas oblicuas

va escondiendo su filosa sombra

ante los negros contenedores de basura.

Ese hombre diminuto que tus ojos no alcanzan a palpar

mete su mano, con agilidad y con prominente astucia de roedor,

en los sacos de la vanidad sin fondo.


Hurga así, sin prisa alguna,

mientras las palomas se acercan con su

estertóreo parloteo y su arrullo

que no consuela la eterna sed y el hambre del desdichado.

Las palomas se acercan atraídas por el grano de arroz y de soya que,

milagrosamente se desprenden de la MANO del innombrable.

¡Qué otro nombre merece un HOMBRE sin rostro como él!

El, simplemente, las deja comer, no las espanta,

siente que en la mecánica de sus dedos va desgranando

un triste pensamiento:

“las palomas no ponen en peligro mi mendrugo”.

El sudor del hombre solo se conjuga en prosa…

y en prosa muere.


El hombre de la piel gris sigue hurgando en los negros contenedores

del Destino. Busca, suda y revuelve la basura que inevitablemente se mezcla con su aliento. (Toda la basura evidencia el Desaforado Consumo de la Ciudad) que aún no se redime ante la puerta del polvo.


(El Otro hombre asciende

mientras yo desciendo en el columpio del tiempo)…

el canto vuelve al río

como el eterno mito del círculo y el devenir.

Es entonces cuando desciendo de mi apartamento

Para comprar un poco de tabaco en la bodega.

Al abrir la Puerta veo al hombre gris

que ahora tu ves (sin pudor ni temblor como aconseja el protocolo).

Pero al chocar la oceánica mirada del granuja con la mía,

Retrocedo…

Cruzo el umbral y la calle sigilosamente

para que el hombre no se avergüence de mí.

CRUZO la calle rápidamente, deseando

voltear mi rostro de cien máculas pero

no lo hago para que César Vallejo y Sigmund Freud

no se avergüencen de mí y de ti.


Ese hombre que tú ves ahí, agazapado tras el muro

es la semilla que engulle el tiempo

y la piel sarnosa de la esperanza y el aire.


Fari rosario

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