miércoles, 14 de octubre de 2009

La vuelta al mundo en una lectura


Por Fari Rosario

DESDE los tiempos más remotos, la lectura ha sido el eslabón primordial en la construcción y expansión de las culturas. Es por ello que, a finales del siglo XIX y comienzos del xx, se decía que el peso y la profundidad de una “civilización” estaban en relación proporcional a la conciencia y el dominio de la escritura. La lectura no solo nos introduce en el mundo, sino que nos permite tomar conciencia del devenir y la contingencia del mismo. Leer es un acto de libertad, y, quizás, el acto de libertad por excelencia.

Leer es volver al pozo, retornar al vientre de la transparencia y la alabada plenitud a través del logos. Es decir, a través de la palabra misma. En este sumergimiento silente se da la metamorfosis o la transformación que solo el hombre puede lograr por su capacidad de abstracción. Es allí donde podemos mutar (si no es que saltar o rumiar sean los verbos más adecuados) y descubrimos el esplendor de la alteridad, puesto que leer es siempre un encuentro con y por el otro. Un encuentro, de carácter dócil y ritual, con eso que llamamos imagen. La imagen es la piedra angular del sentido y lo multívoco.

¿Cuál es la naturaleza o el fin de este apartarnos del mundo, de repetir ese acto milenario que han ensayado todas las culturas y, por ende, de entregarnos al disfrute total de ese manantial de símbolos y de sentidos que nos transmite un buen libro? A veces, no obstante, la merecida profundidad del manantial llega a eclipsar nuestros ojos. La lectura es una lámpara mágica que nos permite ver y conocer mundos exóticos, hostiles, abigarrados. El plus cuam perfecto del espíritu humano no está en los cementerios ni en los templos pomposos de las religiones, sino en los libros.

La lectura, indudablemente, es la ventana para palpar y acercarse al dulce y fresco valle del conocimiento; es, por decirlo de otro modo, el “ábrete sésamo” en la vida intelectual de un individuo. Vale decir, en paréntesis, que la imprenta y el libro son la maravillosa conquista y la herencia que nos ha legado el mundo moderno. Pero no debemos olvidar, no obstante, que la modernidad se constituye a partir de una lectura seria de los laberintos más recónditos de la subjetividad del ser humano.

“Uno no es lo es por lo que escribe, sino por lo que ha leído”, decía el inmenso Borges. Y es que, en efecto, la lectura ensancha nuestros sentidos físicos y nuestras capacidades. Nos hace descubrir la perspectiva y la alteridad, pero, sobre todo, nos hace ver, al través de la introspección, la condición y los movimientos de nuestro ser en el mundo.

Friedrich Nietzsche afirmaba que para él era imposible concebir un mundo sin música; a veces, cuando uno está bajo el cálido manto de la lectura, va pensando: es imposible concebir un mundo sin libros, sin palabras y sin símbolos que nos desvelen el otro lado de la realidad. La paradoja de la lectura consiste en que nos sustrae del mundo a la vez que descubrimos su sentido y su misterio.


La lectura nos redime, nos hace libres, y he llegado a pensar que de por sí es la única escuela verdadera. Todos los grandes escritores han sido devotos de la lectura ávida y apasionada: desde Miguel de Cervantes hasta García Márquez. Quien se inicia en los difíciles menesteres –a veces más onerosos que menesterosos–, de la literatura debe ser consciente de la hegemonía y el papel que juega la lectura, no solo para los intelectuales o escritores, sino también para cualquier tipo de persona. Para ilustrar más la afirmación, veamos algunos datos o anécdotas.

Al caer la tarde, el adolescente Alberto Manguel se dirigía a la librería Pygmalion, en Buenos Aires, allí encuentra al viejo Borges –quien en la fase crucial de su ceguera–, le solicita al mozo que le leyese algunas páginas memorables. Pablo Neruda, confiesa que en los días y las tardes más solitarios de su lúgubre Parral, él se abandonaba a la sombra de un árbol a leer, durante muchas horas, a los grandes poetas.


Charleville siempre fue un lugar pequeño ante la inquietud y la ambición de Arthur Rimbaud. Un día descubrió que donde vivía, en el primer piso del edificio, había una biblioteca; así que cuando hacía alguna de sus fechorías, la biblioteca era el lugar para esconderse y entregarse al fascinante mundo de la lectura. Giovanni Papini, confiesa en sus inolvidables memorias que, mientras erraba por las callejuelas de Florencia —ataviadas por los copos de nieve—, con sandalias en los pies y con su capucha de color marrón, se escondía, en algún rincón cálido, con el fin de entregarse a la lectura.

Franz Kafka, cansado de las continuas recriminaciones y de la incomprensión de su padre, se recluía en un sótano: allí, en la soledad del aquel lugar, comenzaba a devorar las obras de Kierkegaard (otro espíritu solitario e indomable). Julio Cortázar, por último, tuvo una infancia enfermiza, así que muchas horas de su convalecencia en cama las pasó leyendo, sobre todo a quien fuera su escritor preferido: Julio Verne. Y esto, claro está, por mencionar tan solo algunos casos.

En suma, la lectura nos divierte, nos pone en el camino de la catarsis y la superación del espíritu ante un mundo acelerado y fragmentado; nos aparta del moho corrosivo que imprime la cotidianidad a su callado paso por nuestras vidas. De igual modo, es el instrumento para comprender el mundo y separarnos de la inercia y los límites de la barbarie.

En este tenor y con estos ímpetus plurales, TRIPLE LLAMA arriba a su cuarta edición. El objetivo de nuestra revista es aportar un granito de arena, para fomentar el abanico de posibilidades lúdicas que nos brinda la lectura, así como corroborar al ensanchamiento de la cultura del espíritu, tanto en Moca como en todo el ámbito nacional. En este número el lector podrá conocer y sintonizar con las nuevas voces de los jóvenes poetas: de ellos pende el futuro literario de este país. ¡Ojala que, con el paso del tiempo, esta publicación se convierta en una verdadera Zona de carga y descarga de conocimientos; aludiendo con esto último, a la revista que fundara Rosario Ferré, y que sirvió para transformar las letras y la literatura puertorriqueña de los años setenta y ochenta!

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