martes, 13 de octubre de 2009

La condición humana y el discurso de la interioridad en Una Rosa en el Quinto Infierno, de William Mejía

Introducción

En 1911, el gran músico alemán Richard Strauss sacude el mundo con su notable ópera "El caballero de la Rosa": una obra con gran acento melódico, de carácter simbólico y de cierta complejidad técnica. Con dicha obra, Strauss quizá quería decirnos: el mundo no es una novela. -El mundo real o el diario vivir está socavado por el engaño, la infidelidad, la vejez, la mezquindad y las garras del poder. En suma, podríamos decir que la contingencia o cierto grado de menesterosidad corroen la existencia humana.

"El mundo no es una novela". Dicha frase revela la puesta en marcha de una lógica más humana y el intrincado modo de construir los límites de la verdad o la verosimilitud narrativa ante una realidad escurridiza, fría, plural e inabarcable por la razón. Paradójicamente la frase no fue puesta en la palestra pública por algún historiador o sociólogo especial, sino por algunos literatos o novelistas. Confieso que, curiosamente, encontré este irónico enunciado en dos literatos muy singulares: ambos con excelentes obras producidas que enriquecen el compendio de la literatura hispanoamericana. El primero de ellos, es el argentino Roberto Arlt, con su deslumbrante obra Los siete locos (1929); el segundo es William Mejía, con su maravillosa obra: Una rosa en el quinto infierno (2001). (En ambos novelistas es recurrente la frase: esto es así o asá... "no como sucede en las novelas". Como dije anteriormente, el enunciado, de modo dialéctico y con su fuerte carga sugerente, nos abre el camino hacia una lógica más comprensiva; nos hace tomar en cuenta la gravedad de la realidad contingente o macabra que permea la frágil condición humana, y que sólo es abordable a partir de la armonía y la interioridad del sujeto-en-circunstancias).


En ese tenor, queremos desplegar las pautas conceptuales ya mencionadas, con el fin de dialogar un rato y acercarnos, de un modo crítico, a la celebrada obra de William Mejía: Una rosa en el quinto infierno. Este acercamiento, bajo ninguna circunstancias pretende ser exhaustivo, pero sí riguroso, por lo cual creo pertinente resaltar tres aspectos en torno a dicha obra:


-Primer aspecto: La estructura de la novela.
-Segundo aspecto: El imaginario colectivo y la mitología dominicana
-Tercer aspecto: Los derroteros del poder y la tiranía: una compara-
ción narrativa.

Primero aspecto: la estructura de la novela

Todos ustedes conocen la trama de esta novela: si no la han leído, al menos la conocen por referencia de los exponentes que han pasado por aquí. El argumento de esta interesante novela se podría resumir en párrafo:
Rosa Hernández es una joven de clase humilde. En la escuela, el primer día de clases, conoce a Daniel, del cual se enamora. La relación amorosa no progresa, se ve interrumpida por la beligerante intriga y el chantaje por parte de su madre, quien quiere casarla con hombre de "apellido", con cultura y de fortunas. La presunción y la ambición de la madre hacen que Rosa elija el peor camino: casó con Ramón Gravelli, un extranjero de origen italiano. La insatisfacción latente en el corazón de la bella Rosa la hace caer en la infidelidad con Ángel Gravelli, el sobrino de su esposo. Pero "Ángel" es un mujeriego, un hombre mezquino que la llevará a corromperse y a prostituirse. En un cabaret de la capital comienza su más fuerte pesadilla: conoce allí a un corrupto militar, el coronel Pérez -alias Azote- que la posee, la maltrata y termina mudándola al Sisal de Azua. Allí, por azar del destino, se encuentra con su viejo y frustrado amor: Daniel, quien está prisionero en la cárcel.
Respecto a la estructura intrínseca de la novela, debemos decir que la historia no está contada en capítulos, propiamente hablando, sino en fragmentos. Dicha historia está contenida y condensada en el diario de Rosa Hernández. El dominio y los recursos técnicos del autor hacen que varios puntos de vista converjan en la historia, pero siempre se destaca el punto de vista de Rosa. Siendo la narradora una mujer, es notable y digno de resaltar, el dominio de la psicología femenina por parte del autor: William Mejía.


La novela según la modalidad del "epistolario" así como al uso de apuntes y viñetas corresponde a un tipo de novela muy estudiado y explotado en el siglo XX: dicho modelo ha sido denominado por los estudiosos con el nombre de "novela de la autoafirmación" o novela de búsqueda personal. Una rosa en el quinto infierno se desarrolla diversos planos espacio-temporales, mostrando planos yuxtapuestos y una sostenida focalidad ascendente. En esta obra se percibe un buen ritmo narrativo -no hay desmayos ni lapsus-, un lenguaje y una prosa poéticas, densa, así como el uso de elementos con bastante plasticidad y equilibrio emocional.


La obra, en definitiva, muestra un buen manejo del tiempo narrativo, construido a través de la difícil técnica del "remolino" y el "espiral". Esta peculiar técnica permite que el narrador vaya desarrollando, en términos de avance o retroceso, el foco tramático de la historia. Casi siempre, el autor se auxilia de una fórmula verbal que sintetiza los movimientos del personaje, o la tesis central que se desea comunicar. Vale decir que el empleo de dicha fórmula verbal en la novela, le da carácter simbólico, levedad, multivocidad, al mismo tiempo que inyecta dinamismo al horizonte narratológico, puesto que dicha fórmula se despliega en su anverso y su reverso. Para ilustrar lo dicho, basta leer el tercer momento (o capitulo tercero) el cual termina re-tomando la fórmula verbal con el cual comienza:

"¡Uno, dos tres, cuatro!" "¡Uno, dos tres, cuatro!" Y lo mismos números, envueltos en un barullo general: "¡Uno, dos, tres, cuatro!" "¡Uno, dos, tres, cuatro! (...) (Pág. 33)

Y el capítulo culmina con las siguientes exclamaciones:
Están ahí: "¡Uno, dos, un, dos!" El sudor brota en las espaldas inundadas. "¡Uno, dos; un dos!... ¡Pelotón...! ¡Alto!" Las piernas desmayadas hacen trabajosamente firme; el "¡Rompan filas, y que viva el jefe!", y los hombres desparramados, como las partículas que espantó el sol. (Pág. 43).


Maria de los Ángeles Fontela, en su tesis doctoral, titulada: "La novela de la autoafirmación", habla de varios tipos de novelas. Entre los tipos de novela mencionados, destaca la "novela lírica". Una rosa en el quinto infierno es una novela lírica. No solo por el buen ritmo, el lenguaje depurado y su indiscutible acento poéticos, sino también por el dominio de los derroteros psicológicos y el fluir más denso de la interioridad. Al respecto, el personaje Daniel (que por cierto es único personaje que emplea y maneja los diálogos) nos dice:

Después de tomar café y de oír otras de las historias de los Cofrades, seguimos caminando. El profesor [Pedro López] no despreciaba nada y me enseñaba cada interioridad. (Pág. 37)

Se ha dicho que el mérito de un novelista en el manejo de los personajes y la estructura orgánica de la historia que cuenta. En esta novela, W. Mejía muestra un extraordinario manejo de los personajes. Cada personaje está singularizado, dotado de un lenguaje y un cuadro emocional coherentes, además del fluir armonioso de la interioridad que se manifiesta a medida que se desarrolla la trama.


Por otro lado, es bien sabido que en el despliegue del intrincado discurso de los personajes, -que bien podrían encarnar múltiples sentimientos, tales como: rebelión, tristeza, fobia, perversión, infidelidad o locura. Si esto bien es cierto, también lo es el hecho de que el autor se desdobla en algunos de sus personajes ficticios, con el fin de comunicar su crítica a la sociedad en la que vive. Así pues, en la marginación, el maltrato y la perversión de Rosa Hernández por parte del coronel Pérez (alia "Azote") el autor está condenando y denunciando la corrupción y la mezquindad de los militares.


-Pero por que esto es así?
A mi modo de ver, esto obedece a dos razones fundamentales:
1. El escritor no es un observador teledirigido o un paciente; más bien es agente proactivo, un artista, un revolucionario que busca transformar la realidad y el mundo. En ese sentido, podemos decir que todo escritor o novelista es, en realidad, un revolucionario y la vez un humanista. (El novelista es un visionario o explorador del universo ).


2. En segundo lugar, a través del dinamismo intrínseco de los personajes, el escritor comunica su ideología y su particular visión del mundo. Al respecto Mikhail Bajtín, afirma en su estudio Teoría y estética de la novela
(pág. 150):

El hablante en la novela siempre es, en una u otra medida, un ideólogo, y sus palabras son ideologemas. Un lenguaje especial en la novela es siempre un punto de vista especial acerca del mundo, un punto de vista que pretende una significación social. Precisamente como ideologema, la palabra se convierte en la novela, en objeto de representación; por eso la novela no corre peligros de convertirse, sin el objeto, en juego verbal. Es más, gracias a la representación dialogizada de la palabra plena desde el punto de vista ideológico (en la mayoría de los casos, actual y eficaz), la novela facilita el esteticismo y el juego verbal puramente formal que cualquier otro género literario.

Esta preocupación por el ser y la existencia humanas, ese punto de vista especial o ese grito humano que se niega a callarse o extinguirse es William Mejía que, como autor y través de diversos personajes, hace una crítica mordaz contra los mecanismos macabros e inhumanos empleados en las cárceles, en especial en la Cuarenta y el "quinto infierno", como se le llamaba a la cárcel del sisal en Azua. En la página 63 nos cuenta:

Sin más ni más, me empujó prácticamente hacia un cuarto en donde tenían a un prisionero, el cual lucia en total abstracción. "Hay orden de apagarlo -dijo el colega-, pero ni yo me atrevo." "Por qué", le inquirí. "Es poeta -me dijo-, y escribió un libro de ese asunto sin dedicarlo al jefe, y al preguntarle, dijo que no se acordó de ello para hacerlo." Al terminar la explicación, el tiro estaba dado, y el hombre se aferraba de mi pistola, moribundo. Los poetas son peligrosos para cualquier gobierno, pues hablan en clave y dicen hacerlo por todos.

Segundo aspecto: El imaginario colectivo y la mitología dominicana

La novela de William Mejía es, en strictus sensus, un texto abierto, polisémico. El ínter-texto se construye a través del devenir biográfico de Rosa Hernández, y su vinculación directa con las peripecias del mundo que la rodea. Este mismo horizonte intertextual abre paso a la "architextualidad", (o las múltiples lecturas del texto) donde cobra un valor especial el mito y los valores de un individuo. Así, por ejemplo, en las páginas 19 y 20 aparecen reseñado el "mito de la marimanta" o la-mujer-de-las-palomas, entre otros. Uno de los hallazgos y de los meritos más notables de la novela en cuestión, es el modo de plasmar, de una manera sorprendente, el fetichismo, la mentalidad y el universo de creencias del hombre dominicano. Y efectivamente, la tenacidad de un escritor y la trascendencia de su obra está en la concreción orgánica; es decir, en el modo que encarna el alma, la idiosincrasia y la mitología de un pueblo. En Una rosa en el quinto infierno, William Mejía supo atrapar y sintonizar el ser espiritual y el imaginario más profundo de los dominicanos. Señalemos, por poner un ejemplo, el fenómeno de la brujería y los amuletos personales. En la página 27 podemos leer:


Después de la tradicional gallina degollada y de la observación de la sangre y de mis ojos, el individuo me entregó un amuleto y me dijo: "Con este objeto usted estará resguardado, si no se le ocurre nunca apeárselo de encima... Con éste sobre el cuerpo, sólo Dios y yo podremos matarlo alguna vez." Por si las moscas, como decía mi abuelo Eliseo, al terminar el rito le metí la bayoneta hasta donde le cupo más, para que solo Dios se las viera conmigo a partir de ese momento.

Ninguna fabulación, por incisiva o maravillosa que sea, escapa al mito de la cotidianidad, Es allí, donde tienen origen y zarpan hacia mejor puerto todas las grandes empresas del espíritu humano. Este connotado periplo cotidiano no solo encarna los avatares de carácter histórico o social, sino también las manifestaciones del miedo, fobias, y todas clases de frustraciones.


Así el discurso narrativo de Una rosa en el quinto infierno, sin extravíos y remilgos literarios, vincula a un personaje ficticio con una escena histórica y dolorosa: me refiero a la matanza de los haitianos de 1937. Así, pues, el discurso de la susodicha novela entra en contacto con el registro de la architextualidad imaginaria que configura y posiciona toda la obra. Uno de los personajes, dice en cierto momento, (pág. 28):

Pero no crea que mi primera responsabilidad de sangre fue con este familiar manchado. No, señor. Donde me bauticé realmente en cuestiones de muerte fue cuando el generalísimo Fefén ordenó sacar del país, como fuera, a esos vecinos que por los lados de la frontera eran ya casi más que los de este lado. A mí me tocó aplicar la regla en Palma Dulce. Fue allí donde mi bayoneta conoció por primera vez la carne humana, y yo, también.

Desde aquello fuimos amigos Casilla y yo; pues los dos compartimos la original competencia de enganchar gente en las bayonetas, con tanto tino, que uno se encojonó y me encajó su machete en el muslo derecho, de lo que derivó la cojera permanente.

La realidad plural, orgánica, en la que se mueven los personajes (como queriendo proferir su historia en la historia creada y contada por W. Mejía) expresa cierto contrapunto de fantasías, y el ciclo reversible de la mitología caribeña que cala sobre la espalda de la idiosincrasia latinoamericana.


El novelista, con ínfulas de buen escritor y observador, no es ajeno a esta realidad: más aún, la formula estéticamente y decide testimoniarla como un elemento fecundo, simbólico y con resonancias telúricas. En su primera novela William Mejía logró engarzar los derroteros de esa realidad típica y genuina. A la postre, estamos ante una realidad difícil de asir, y dicho sea de paso, difícil de apreciar en la narrativa banal y Light de nuestro tiempo. En la página 36 podemos leer:

Nos refirió luego que la oralidad da noticias de que allá por sus años primigenios la diosa indígena Atabex se perdió entre las aguas de una fuente, mientras peinaba su cabellera de inmensa noche. Mucho más tarde, al llegar los españoles, un joven curandero, que huía de sus perseguidores se tiró a esa fuente, y los soldados se quedaron esperando inútilmente que asomara la cabeza. Se cuenta que cuando trajeron a los esclavos africanos, el primer castigo aplicado fue ahogar en la fuente señalada a un negro bantú que se resistía a ir a las minas, y lo sepultaron en agua con su tambor como yugo, para escarmiento de los otros. Desde entonces, aseguran los montoneros que aparece de vez en vez, en varias fuentes naturales, una indígena peinándose o un aborigen haciendo sus ritos mientras camina por las aguas. Afirman además haber visto en la ribera de cualquier manantial a un negro muy negro que toca con su tambor atravesado sobre la nuca, y el canta, al compás de la desaparecida calenda. Nadie sabe cual es, pero uno de ellos, o los tres, es hoy el Dios del Agua para sus creyentes.

Tercero aspecto: Los derroteros de la tiranía y el poder: una comparación narrativa

La verdad es que hemos entrado, sin reticencia alguna, al provocativo Circo de la Tecnología! Somos monos transitando las calles de la "aldea global" en el trueque continuo de nuestras monerías tecnológicas... Marshal Mc-Lughan y Charles Babbage, allá en el cielo, deben de estar riéndose de nuestras modernas monerías. Traigo esto a colación, porque Cervantes o Stendhal, ¡jamás pensaron en la posibilidad de interactuar con los lectores de sus obras a través de un espacio virtual!


He aquí, la evidente muestra de cómo la utopía tecnológica del hombre ha avanzado por insospechados senderos. Estamos ante el debate digital sobre la novelística y la exitosa trayectoria del colega escritor William Mejía.


Cuando leí Una rosa en el quinto infierno, de W. Mejía, supe que estaba ante un escritor de largo aliento, de gran potencial creativo y sobretodo, conocedor de la técnica depurada y el estado dialógico en que se mueven los personajes de una novela. De modo que me gustó esa obra, y en tal, la valoro por su lenguaje fluido, por su peculiar acento poético y por el periplo vital, -que implica el conocimiento psicológico de Rosa y los personajes-, así como por el enfoque del Poder y los desafueros o extravíos de la pasión humana. No sé si por azar o por alguna asociación inexplicable de enmarañada conciencia humana, al finalizar la lectura de esa obra me vino a la mente El Mocho, la novela del chileno José Donoso, considerado una de las figuras claves del boom latinoamericano.


A mi entender, no hay influencias directas, pero no cabe duda de que existen elementos comunes en estas dos novelas. El elemento más común o primordial es el enfoque de los mezquinos derroteros del poder, el autoritarismo (tanto de los personajes: coronel Pérez [Mejía], como de Antonio [Donoso]); la prostitución (Rosa [en Mejía], la Bambina [en Donoso]). Otro elemento común, es el abuso y la violencia por parte Ángel contra Rosa [en Mejía], y de Antonio contra su hijo Toño [en Donoso]. Casualmente este último elemento, tan común en la idiosincrasia latinoamericana, aparece también en la novela más reciente de W. Mejía: Estrella. Para percatarse de esto basta leer el párrafo número cinco de la susodicha novela, en la página ocho.
¡Salve, colega William en tus 30 años haciendo quijotadas para la literatura dominicana: este pueblo, que a veces solo piensa con la barriga, tarde o temprano te lo va a agradecer!

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P. S. Conferencia leída el 10 de marzo de 2008
Durante el Encuentro Crítico sobre la literatura de William Mejía,
San José de Ocoa, R. D.-
http://widameca.obolog.com/condicion-humana-discurso-interioridad-rosa-quinto-165820

1 comentario:

  1. Bellisimo ensayo!
    Produce tanta fruición leerlo como si estuviera uno leyendo un poema. Haces que el lector se enamore de la novela aunque no la haya leído.
    Con ferecuencia los analistas de textos literarios describen las obras con demasiado tecnicismo, de manera que el lector puede apreciar mejor su complejidad o su estructura pero no transmiten la emoción ni ese je ne sais quoi que realmente engancha al lector. Yo creo que aquí has logrado el balance perfecto. De verdad que me parece excelente. Sigue así. Tienes un gran don!

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